Cerramos una puerta, abrimos otra.

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Con esta entrada, y no dejando de jugar con las palabras por última vez, cerramos el paso a este Laberinto que durante unos cuantos años ha sido el lugar en el que he vertido lo que se me iba ocurriendo.

A las puertas de cumplir los 10 años en el mundo del blogeo, he creído que lo mejor era cerrar este cuaderno, pues resulta difícil de explicar, pero lo que podían dar de si en él mis palabras era ya más bien poco. Quienes me conocéis algo de este y anteriores cuadernos, sabéis de la costumbre que tengo de reinventarme y reaparecer, si no lo he hecho ya, en otro lugar. Y es que aunque pueda tener el ánimo y la capacidad de fabular vacía, siempre quedan en mi esas ganas de dejar una ventana abierta hacia todos vosotros con los que comparto el gusto por contar las cosas de esta manera tan especial…

Mucha salud a todos.

9 de enero

Hoy hace exactamente seis años, cayó sobre esta ciudad una nevada impresionante. Nevó, diré una vez más, como hacía años que no lo había hecho. Y, en medio de aquella tormenta tuvimos que sortear atascos, accidentes y eternos parones, para llegar a tiempo al hospital. A uno se le hacía estar viviendo en medio de la clásica comedia cinematográfica que irremediablemente iba a terminar con un improvisado parto en el interior de un coche… La verdad es que parecería toda la comedia que pudiera parecer, pero gracia, lo que es gracia, no me hacía ninguna. La idea de verme convertido en matrona improvisada en medio de aquella gélida e insistente nevada, con el estruendo de las bocinas, y los curiosos mirando y sacando fotos con sus móviles, se me hacía, cuando menos, que podía ser una manera un tanto surrealista de dar la bienvenida a este mundo a mi hijo.

Recuerdo aquél día con tanta intensidad, que sería capaz de reproducir con precisión cualquier instante, conversación, mirada o hasta el ritmo de nuestras respiraciones. Todo iba bien. Todo fue bien. Y aquél 9 de enero de 2009, en medio de una nevada como no la habíamos tenido desde hace tiempo, nació nuestro pequeño Iago. Nuestro hijo.

Montjoie

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Hay otro San Vicente, este apellidado “de-Lamontjoie” en los límites con las tierras de mi Gascuña. Tras las colinas que se adivinan en el horizonte se esconden próximas La Romieu, Larresingle y Lectoure, como vías camineras que se dirigen hacia el sur, hacia Santiago. No en vano, la vieja abadía de Flaran, también muy próxima a este lugar, conserva, además de interesantísimos documentos sobre las costumbres gastronómicas de los religiosos que habitaron aquél lugar en la Edad Media, una importante tradición como hospital de peregrinos.

Poco antes de llegar a Saint Vincent de Lamontjoie, el caminante se encuentra con las ruinas de lo que parece fue una enorme iglesia, que hoy sólo conserva su función de cementerio. A uno le vinieron a la mano los versos gascones del poeta-barbero Jacques Boé, que concluían con aquello de

E raja de bonur; ò ! lo sage a rason:

« L’ama sofrenta aima milhor. »

Como San Vicente que es, en este lugar se encuentran también abundantes vides, las cuales producen unos caldos que, bebidos con cierta inhibición, invitaron a este vagabundo a volver a fantasear con echarse una vez más a esos caminos que conducen al fin del mundo…

¿Quién sabe? Quizá pronto, pero éste no es un mal comienzo o, por lo menos, una espera hecha compromiso, una vez más, en un lugar que conserva tan fuertes resonancias jacobeas como son las de su nombre, Montjoie: monte de la alegría, del gozo.

De cualquier modo, a todos los que camináis incansables sobre las líneas de este cuaderno, os deseo que el año que va a comenzar sea un suave y fresco ascenso a ese Montjoie que conservamos, quizá demasiado oculto, en lo más profundo de nuestro ser.

El camino de San Vicente

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Desde nuesta salida del cafe en el que nos hemos regalado con una Croustade con Armagnac, el camino hasta Sant-Vincent-Rive-d’Olt ha sido un continuo peregrinar por la extensa niebla que cubre estos campos. Solo el encuentro con las viejas garitas de los vigilantes de los viñedos de Cahors, interumpía el monótono avance de estos vagabundos.

Dicen aquí que San Vicente es el patrón de los vignerons, y por ellos, grandes benefactores de la humanidad, y por todos aquellos que disfruten de las celebraciones junto a quienes consideran los suyos, bridaremos en pocas horas en este hermoso, perdido y solitario lugar, antes de irnos a descasar para mañana continuar nuestro camino.

Un día como el de hoy

1606922_1386757174880148_1965626235_n (1)Incluso estos pequeños cambios que tanto parecen desazonarnos, tienen su parte buena si se busca algo de sustancia en ellos. Toda mala nueva, trae el aire de un cambio al que debemos de orientar nuestro rumbo para seguir avanzando. ¡Tiremos a las plañideras por la borda y vaciemos las bodegas al son de alguna vieja canción…! ¿Cuál?: esta misma, robado de una historia de los cuatreros de Nuevo Méjico que escondieron a William Bonney, tras su huida de la prisión Lincoln:

Old men and old coyote dogs 

boil their dreams in the sun

served steaming within a bowl

filled with shadows

(Los ancianos y los viejos coyotes

hierven sus sueños al sol

y los sirven humeantes dentro de un tazón

lleno de sombras)

En estos tiempos recién inaugurados, en los que la noche cae a media tarde, nos acercamos al mar buscando esas furiosas mareas que nos visitan puntuales una de cada dos semanas, y que gustan de esconder su ondulante infinitud en la oscura profundidad de un horizonte que sólo podemos imaginar.

Y nos quedamos quietos a escuchar el estruendo con el que las olas rompen sobre la arena. El aire vibra con una calidez familiar, la misma que nos hace sentir tan confortables, como si hubiéramos llegado al más seguro de los lugares en este abismo olvidado en el tiempo.

El modo como las olas revuelve entre sus dedos de espuma los granos de arena, asemeja al de los dados agitados entre las manos de unos dioses primigenios, que juegan a cada golpe de mar con nuestro destino en medio de una oscura marea.

Recuerdo entonces haber leído entre las páginas del magnífico “Le voyage d’Italie” de Dominique Fernandez, un poema de Anna Maida Adragna:

A l’improviste

L’été

Se meurt

Dans mes bras

Decepción

canjiA uno, como a todos, le duele mucho el sentimiento de decepción, le hace perder el sentido del equilibrio, y obliga a contener los corceles de la furía que rabian dentro de él, con las manos quemadas por el fuego de la sirga.

A este que escribe, le da por desplegar en su mente geografías remotas en las que las tormentas se tornan en brisa, y la tempestad se vuelve suave oleaje en una playa perdida.

Es una travesía con malos vientos. Se cierra el camino, se abren abismos, y la mano que describía destinos de una coherencia plácida, permanece asida al correaje de su caballos desbocados.

Entonces, sólo queda como consuelo el lanzar piedras con rabia disfrazada sobre las páginas de este pobre y olvidado cuaderno.

 

Galvs cantant

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Visitando el pasado domingo las cuevas de Mendukilo, me preguntaba mi hijo por el origen de aquellas magníficas estalactitas y estalagmitas que asomaban por doquier, allá, en las mismísimas entrañas de la tierra, rellenando los oscuros vacíos que nos rodeaban.

Le sorprendió saber que es un lento y continuo goteo el que a lo largo de milenios, va esculpiendo en el vacío esos apéndices rocosos que cuelgan de la bóveda o arrancan del suelo.

– Entonces, si riegas una piedra, a ésta le salen ramas también de piedra- concluyó.

– Bueno, no es así exactamente, y además se necesita mucho tiempo…

El tiempo no es importante para él. O por lo menos, no se mueve con las mismas leyes. Siguió en silencio. Observando. Como esperando cazar a alguna de aquellas formas en pleno estiramiento.

Parecía disfrutar de la idea de que todo lo que es, procede del agua: de ese pausado, repetitivo y rítmico goteo que ahora mismo está ocurriendo bajo nuestros pies, en un lugar en el que todo es vacío y oscuridad… En el vientre de la tierra.

– ¿Y el agua, de dónde viene?

El tiempo no tiene aún importancia para él. No lo de la misma manera que para nosotros. De hecho, en aquél momento, al interpretar aquella pregunta, sentí pasar el mio -mi tiempo-, de manera muy especial. Descubría que la razón de mi pequeño iba despertando a la luz del día, como si fuera alumbrado por el canto de un gallo en el amanecer de una nueva vida.

Hace una semana, visité el castillo de Foix, donde hay una inmensa colección de grafitos, grabados durante los tiempos en que sirvió de prisión. En las escaleras que conducen al segundo piso de la torre, por ejemplo, encontré grabado un hermoso y enorme gallo.

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Sobre él, las siguientes leyendas:

“Galvs cantant”

“Le coq”

Supongo que no tendrá nada que ver, pero me recordó a un grabado de la época de la Revolución Francesa, con el mismo motivo y cierto parecido en la forma.

Pasé más de una hora revisando los tres pisos de aquella torre y sus escaleras, fotografiando todo aquello que me llamaba la atención, siguiendo suavemente con los dedos el trazado de algunos que me llamaron la atención de manera especial, en un intento de sentir la cadencia y el modo en que se realizaron.

Mi idea era, la de fotografiarlos y, como hago siempre que puedo, procurar saber algo de su contenido y sus autores.

Algunos hablaban por sí mismo, aunque a partir de ahí no haya podido llegar a adivinar nada. Tal es el caso de Guillaume Marrot:

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GVILLAUME 

MARROT  TANUR

A FOIX  BOVN VIBANT 

DIEV  MERSI  ET SANS 

CHAGREIN  CAN 

ILA LE VERE  EN 

MAIN  1720

Lo cual, en francés actual quiere decir: “Guillaume Marrot tanneur à Foix bon vivant dieu merci et sans chagrin quand il a le verre en main 1720”

En ocasiones los textos resultan muy difíciles de desentrañar, no sólo por su estado. También por el modo en que están escritos, debido tanto al nivel de conocimiento de la escritura de sus autores, como al hecho de que se expresaban en su lengua natural, en este caso una variedad del occitano. Lo que viene a decirnos el bueno de Guillaume es lo que sigue traducido al castellano:

“Guillaume Marrot, curtidor en Foix, vividor gracias a Dios, y sin pesares cuando tiene el vaso en la mano. 1720”

En la documentación que se conserva del castillo en su época de prisión, se cuenta que el 16 de agosto de 1803, un grupo de siete condenados a una media de 14 años, deciden evadirse. Para ello se reparten el trabajo encargándose unos de fabricar una cuerda a partir de paja y tela, y otros, con ayuda de una punta de 50 cm de hierro, agujerean el suelo. Cuando descendieron a la planta de abajo, emplearon la misma cuerda para salir al exterior desde las letrinas de dicho piso.

Entre los fugados estaba un tal Joseph Peyrat, del que sabemos que volvió a ser capturado, a la vista de la fecha en la que deja su nombre en las paredes de aquella prisión.

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A François  Laffite, aprendiz de herrero de 23 años, le condenaron el 14 de julio de 1846 por el robo de una pequeña cantidad de dinero, a pasar 15 meses en prisión… En algún momento de 1848, todavía seguía encerrado.

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Esa sensación de abandono que debió sentir Laffite al ver que pasaba su condena y seguía ahí no era única. Un joven Jean Cassé, labrador de 15 años, comparte prisión en la primera planta de la torre con otros muchos penados. Su delito, según se lee en el archivo, es el de haber robado heno.

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“ICI  NOUS  SOMOLLS 

AVANbONEDE 

TOUS  CASSE”

“Ici nous sommes abandonnés de tous Cassé”

Lo que viene a decir:

“Aquí estamos abandonados de todos. Cassé”

Como ya he dicho, la lista es interminable y, aunque poco, algo he logrado saber de parte de ellos. Pero por no aburrir al paciente lector que llegó hasta aquí, y quedarme con alguno de los que encontré, lo haré con éste que dice:

Est ce que je sortiray?

Que traduciéndolo con cierta libertad para poder trasladar el dramatismo de lo escrito, vendría a decir:

¿Saldré algún día de aquí?

De aquella angustiada pregunta sólo sabemos lo que ha quedado: una simple marca sobre la piedra, una gota más de ese proceso interminable que es el del paso del tiempo.

Quizá al encontrarnos en aquella cueva con el misterio de las estalactitas y estalagmitas, debí explicar también a mi hijo que nosotros mismos eramos parte de aquél lento y continuo goteo que va marcando su paso sobre el vacío y la nada. Que sobre aquellas piedras que crecen regadas por la generosa fecundidad de la tierra, nosotros sólo marcamos el testimonio del naufrago que vaga perdido en las sombras de la eternidad, antes de ser olvidados. Quizá debí contárselo, pero esperaré un poco más. Al fin y al cabo

Ce qui est grief à supporter
Est, après, doux à raconter.

20140629_120050(Dejo este enlace al álbum que recoge las fotos de grafitos que hice en el Castillo de Foix)

El secreto cátaro

2014-06-24 14.49.59El aroma fue tan intenso que dificilmente podría olvidarlo. Incluso el aire templado que parecía cubrir de luz cegadora todo a mi alrededor, resultaba parte imprescindible de aquella composición armónica.

Aún ahora, cada vez que cierro los ojos, vuelvo a estar ahí arriba. Revivo nuestro paso por aquellas geografías ciclópeas, tan horizontales, plagadas de gargantas y desfiladeros, en los que la única luz que se abría a nuestra vista era la del brillo ocasional de los rápidos arroyos que descienden galopando entre cantos y árboles cubiertos de musgo por los profundos cauces de aquellos abismos. Cualquier pensamiento, por mínimo que fuera, es seguro que se vería obligado a buscar el modo de alcanzar aquél cielo tan lejano, como si se tratara del humo de un hogar saliendo por la chimenea…

Cada vez que cierro los ojos viene a mi el sabor fuerte de esa botella de Calvados que casi al completo nos bebimos en «La patate qui fume» con el inglés trasplantado desde hace años a aquél lugar que regentaba con su compañera: una acogedora y maravillosa casa de comidas en el pueblo de Montsegur.

Ambos intentaron convencernos de que aquella montaña encerraba valiosísimos secretos, pero a eso de la tercera o cuarta ronda abandonaron su intención, del mismo modo que nosotros la de rebatirla. En el fondo, escribí mientras admiraba el paisaje ahí arriba, me trae sin cuidado lo que piensen los demás, mientras ellos a su vez hagan lo mismo.

Cierro los ojos y vuelvo estar ahí. Recuerdo lo divertido que me resultó encotrar en una librería un puñado de libros en los que a partir de las medidas, disposición y orientación del castillo de Montsegur, llegaban a muy serias conclusiones sobre el secreto cátaro que encierran: inútiles deducciones teniendo en cuenta que el tal castillo, fue construido después de la derrota de los cátaros. Inútil, teniendo en cuenta que la noción de un lugar «más sagrado que otros», era totalmente ajena a los cátaros, para quienes el culto y la liturgia no necesitaba ni de espacios, ni de edificos, ni de objetos consagrados.

Cerraré los ojos y volveré a estar ahí.

Pero ahora, mientras escribo estas líneas que luego transcribiré, tengo los ojos bien abiertos, y disfruto del maravilloso escenario que se extiende en torno a Montsegur. Ha sido casi una hora de ascenso, pero ha valido la pena, pues, a la vista del inmenso espectáculo que se abre ante nosotros, no es necesaria fe alguna para ser conscientes de lo breves e insignificantes que somos. Quizá también llegaron a esa conclusión quienes murieron allá por causa de la intolerancia y los intereses particulares.

Tal es la sensación que le queda a uno: la de que comprometerse con lo que no tiene sentido, con cualquier promesa de trascendencia, es tan inherente a la persona como vacua. Es perder ese tiempo que no es otra cosa que la moneda con la que se paga la vida.

Piezas revueltas

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Je sais les cieux crevant en éclairs, et les trombes
Et les ressacs et les courants : je sais le soir,
L’Aube exaltée ainsi qu’un peuple de colombes,
Et j’ai vu quelquefois ce que l’homme a cru voir !

Con los dedos aún manchados de tiza enmudecida, respiró con tanta fuerza que hubo quien aún se maravilló de no ver reventar sus entrañas. Quizá -se dijeron- goza de la protección de alguna deidad para nosotros desconocida, de esas que traen los libros que guarda en la fresquera, junto a tomates, quesos y algún resto de carne que parecía haber sido muerta antes de que su madre lo pariera.

Quizá… -cantaba él.

Y mientras escupía al río para conseguir trazar un círculo perfecto sobre sus aguas, pensó en su primer empleo, aquél que recibió en el puente de La Tournelle, hace ya tanto tiempo…

Fue entonces cuando giró sobre las suelas de sus botas nuevas, y agitando los brazos, exclamó:

– !Ahora, por fin voy, a volar!

La colina de Santa Bárbara

2014-05-10 16.20.04

Una larga hilera de pequeños postes de palo se extiende sobre la colina de Santa Bárbara, frente a las aguas del Golfo de Gascuña, en un extremo de la bahía de San Juan de Luz. Fueron colocados para recordar al mar, que hace ya tiempo se llevo la vida de unos seres muy queridos para los vecinos del lugar. A los postes ataron flores de todo tipo y color, y durante mucho tiempo airearon su fragancia a la niebla que asoma todas las noches por el horizonte y a las gaviotas que se refugian en tierra cuando anuncian tormenta.

Pero el tiempo pasa y las flores se han ido marchitando. Algunas han desaparecido ya, y sólo queda en el poste el resto de una cinta o un cordel ondeando al aire. Y nada más… En la mayor parte de ellas, todavía puede verse algún resto de la planta que lo adornó, como si se tratara de la sombra fugaz del recuerdo que quiso mantener.

Sólo uno, ese chico rubio y sonriente que aparece en la fotografía que acompaña a un ramo de amapolas, miraba fresco y lleno de color al mar. Al verlo esta tarde, no he podido evitar el pensar en las cosas de la memoria; en el recuerdo y el olvido.